Mis Imprescindibles
Tiene aún que llegar el día en el que yo me tope con un sólo bibliófilo que NO haya tenido un mal sueño después de ver la adaptación a celuloide de El nombre de la Rosa, de Umbero Eco, por Jean-Jacques Annaud. En esas pesadillas al menos yo me veo embutida en el recio hábito de Guillermo de Baskerville correteando desesperada por lo que parece ser un cruce entre la laberíntica biblioteca de la abadía y reginaexlibrislandia o, lo que es lo mismo, mi biblioteca privada tanto en papel como aquí, en digital. Y me veo, digo, cercada por lenguas de fuego hambrientas, debatiéndome entre la desgarradora encrucijada de qué libros salvar y qué otros condenar a las cenizas (o al "delete" por falta de espacio en el dispositivo de turno). Si antaño empatizaba totalmente con el sufrimiento del personaje encarnado por Sean Connery pulverizado ante la idea de perder uno solo de esos libros... ahora hasta noto la falta de oxígeno, el calor asfixiante y, ya que estamos, la inesperada cualidad exfoliante del saco de fraile franciscano. Por eso y porque la edad me hace más sabia, pero también mucho más neurótica, siempre separo esos libros que, llegado el caso, salvaría de un incendio o de vete tú a saber que otra hecatombe: