¿Lo has hecho lo mejor que podías? Las memorias de Ngugi wa Thiong´o

Sueños en tiempos de guerra

Ngugi wa Thiong´o sube con su padre a una pequeña colina, un desnivel del terreno formado durante años por la acumulación de deshechos, cerca de las chozas de la familia. Es un momento emotivo, por el desafío que tiene ante sí, por los antiguos desencuentros con su padre. Dirigen desde allí la mirada al escenario de su infancia, se intercambian pocas palabras y el adolescente que inicia una nueva vida da por cumplido el motivo de su visita.

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Los misterios de la mente humana me hacen evocar otra escena, la de la imagen que ilustra este artículo. Será la emoción del momento, será África como escenario: “Simba, algún día todo esto será tuyo”. No hay desde luego en la cita de Ngugi con su padre herencia alguna, ni súbditos ni poder que transmitir generacionalmente. Hay sueños modestos pero inquebrantables, forjados lentamente y que hilan todo el texto, el deseo de estudiar, la pasión por los libros.

Hasta ese momento decisivo en que inicia la educación secundaria (detalle que puedo desvelar sin arruinarte la trama, querido lector, dado que el autor fue uno de los favoritos en las casas de apuestas al último Nobel de literatura), Sueños en tiempos de guerra, las memorias de infancia de Ngugi wa Thiong´o, nos relata minuciosamente la vida de un niño keniata de la etnia kikuyu, sus peripecias escolares, su familia y sus amigos. Nada sorprendente si estuviéramos acostumbrados a la poligamia, a los rituales de paso del África subsahariana, a la fuerza de la oralidad como medio de aprender el mundo, a la feliz vida sencilla de los que no tienen nada aunque se permitan el lujo de comer cada día.

Ngugi también escribe sobre la realidad social y política de su país con un cierto distanciamiento. Esa distancia, propia de un niño que lo escucha y lo vive todo como una aventura distante, va desapareciendo según avanzan las memorias. El horror colonialista va ciñéndose sobre él. Lenta pero implacablemente la vida sencilla y los equilibrios económicos que permiten que se desarrolle son alterados. La tradición es injustamente aplastada por la cultura recién llegada de la metrópoli. Desde allí, desde muy lejos, expropian tierras o manipulan precios que acaban por arruinar actividades ancestrales. Hasta el paisaje físico varía, cambian los cultivos y aparecen carreteras para canalizar el saqueo de los recursos.

La colonización deviene en terror, ejecuciones y campos de concentración en cuanto la conciencia de la injusticia produce un movimiento de protesta y orgullo local. Toda esta crónica política está trufada de retratos familiares. No puede ser de otra forma en una familia inabarcable como la suya, con guerrilleros que se echan al monte y miembros de la milicia local de privilegiados que se despliega para reprimir al resto de la población. Todo recuerda a cualquier dictadura, todo está lamentablemente inventado desde hace demasiado tiempo.

Pese a todo, las memorias de Ngugi wa Thiong´o son dulces. El libro trasmite ilusión, resistencia y determinación. Leo a Ngugi y caigo rendido ante Wanjiku, su madre, una “mujer de pocas palabras” que “sabía transmitirles la autoridad del silencio que las precedía”. Trabajadora, independiente y tranquila, segura de sí misma incluso cuando es repudiada, Wanjiku tuvo que asumir ciertos sacrificios para que su hijo pudiera estudiar. Por eso le repite constantemente algo que se convierte en un compromiso irrevocable:

¿Lo has hecho lo mejor que podías? Sí, madre, le digo de corazón, porque sé que en el fondo me está pidiendo que me mantenga fiel a la promesa de seguir soñando incluso en tiempos de guerra.

Leo a Ngugi y empatizo con él más de lo que pude empatizar con nadie hace años durante un viaje a esa zona. Fue una maravillosa ruta senderista hasta la base del Ol Doinyo Lengai, en los alrededores de Lago Natron, y recuerdo la extrañeza de turista occidental con que viví los contactos con algunos poblados masáis. Para acercar realidades tan diferentes también sirve la lectura.

Leo a Ngugi y vuelvo a releer El Hambre, de Martín Caparrós. La historia de África no acabó con los desafíos vitales de Ngugi, convertido ahora en uno de los principales escritores y pensadores africanos (estoy deseando que Rayo Verde edite el segundo volumen de sus memorias). África fue independiente pero eso no detuvo la maquinaria colonial, y en muchos lugares comer acabó siendo la aventura impredecible que tan bien nos describe Caparrós. Colecciono en las apps de 24symbols citas y reflexiones de El Hambre que son como bofetadas para niños ricos del primer mundo, de esos que viajan para conocer el Lago Natron:

Aquella mañana, mirando la procesión silenciosa, digna de madre, tía y abuela con bebé recién muerto caí por enésima vez en esa trampa. Y en el truco de pensar que hay un marco cultural –que debió existir también en Europa hasta hace un siglo o dos– por el cual un matrimonio sabe que para asegurar una cantidad suficiente de hijos debe producir algunos más, prever sus muertes –y que las personas lo aceptan con cierta naturalidad.

El espanto nos recuerda a El Origen de las Especies de Charles Darwin (por cierto, si no la conoces no te pierdas la nueva edición de Nórdica Libros, una de esas joyas que sí merece la pena tener en papel). Solo que aquí no se trata de especies, la selección natural se aplica descarnadamente a gente inocente que puebla continentes enteros. Y somos capaces de soportarlo básicamente porque “para evitar el cinismo, no miramos”, no queda otra defensa ante el tamaño de la vergüenza.

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Leo a Ngugi y recuerdo también una de esas novelitas de Eterna Cadencia que descubrí en 24symbols hace semanas. En Estuve en Lisboa y me acordé de ti, una historia corta y muy bien escrita sobre las desventuras de un emigrante brasileño, Luiz Ruffato, como Ngugi wa Thiong´o, nos narra la ilusión por progresar, pero también el yugo que suponen las condiciones de vida de muchas personas:

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En ambos casos “¿lo has hecho lo mejor que podías?” se convierte en la única exigencia, porque no se dispone de herramientas con las que superar los desafíos. Cuántas veces la lucha por alcanzar sueños sencillos es tremendamente desigual y no hay posibilidades reales de tener éxito. Cuántas personas de tantos sitios tienen la condena previamente escrita, las ilusas ilusiones incumplidas e incumplibles, pasto de su situación, la naturaleza humana y las rigideces de la vida. A veces, solo a veces, es posible esquivar esa condena. Por eso, también, te animo a leer a Ngugi wa Thiong´o.