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House of Cards, el libro que inspiró la serie

A esta altura de la tercera temporada de House of Cards sin duda Kevin Spacey se ha adueñado de la imaginación de los fans con su maquiavélico Frank Underwood. Sin embargo, no hay fan que se precie que no quiera conocer los orígenes de su devoción. Y en el origen fue el libro.

Escrito por Michael Dobbs, ex jefe de gabinete de Margaret Thatcher, después de una monumental pelea con la Dama de Hierro durante la campaña para su tercera reelección, House of Cards es el thriller político que inspiró tanto la serie de Netflix como la muy sarcástica primera versión de la BBC, cuyas tres temporadas se estrenaron en 1990 y levantaron ampollas.

Cualquier grado de crueldad resulta imperdonable, por eso no tiene ningún sentido ser cruel a medias.

De máximas como esta está lleno el thriller negro de Dobbs y son el equivalente y la inspiración de esos parlamentos que Kevin Spacey dirige a la cámara, derrumbando la cuarta pared y provocando escalofríos en la audiencia. House of Cards no sucede en el Capitolio y la Casa Blanca, sino en Westminster y el número 10 de Downing Street. Son tiempos sin teléfonos móviles, los ordenadores usan el sistema operativo MS2 e Internet es casi ciencia ficción, pero la esencia del poder no cambia, solo que habla con un fuerte acento británico.

El de Westminster es un mundo impulsado por la ambición, el agotamiento y el alcohol. Y por la lujuria. Sobre todo por la lujuria.

Francis Urquhart y Frank Underwood comparten las iniciales del nombre: FU, que en lengua popular es la abreviación de fuck you. La acción del thriller de Dobbs se desarrolla en los años en que una Thatcher por primera vez insegura de sí misma está por dejar el liderazgo del partido conservador en manos de un político irresoluto. Es imposible no ver a John Major en ese retrato, como es imposible no ver en la ambiciosa Claire Underwood un eco de Hillary Clinton en la serie de Netflix. De estos préstamos libérrimos de la realidad política extraen, tanto el libro como la serie, su fuerza.

A pesar de toda su astucia, subrayada por una muy aristocrática falta de escrúpulos, el FU de la novela no dejará de tener a alguien más poderoso que lo manipula, como él manipula a sus colaboradores. Se trata de Benjamin Landless, un magnate de los medios de comunicación que está a punto de hacerse con el monopolio absoluto de la prensa británica y mundial. Landless es una clara transposición de Rupert Murdoch, quien ha influido en la política británica sin distinción de colores, con capacidad de presionar tanto a los conservadores como a Tony Blair y a Gordon Brown. Landless se pone a disposición de los planes vengativos de FU durante un congreso del partido:

La vida es demasiado corta para desperdiciarla manteniendo perdedores en el poder, Frankie.

Habrá un precio a pagar.

Al comienzo de los irresistibles ascensos de Frank Underwood y de Francis Urquhart, ninguno de los dos basa su poder en el cargo público que ocupa. Ambos pertenecen a la fontanería de sus partidos: son los jefes de sus respectivas bancadas. Los que se ocupan de disciplinar a los diputados en la votaciones parlamentarias o del Congreso. No tienen capacidad ejecutiva plena, lo que tienen es información: saben dónde encontrar a los representantes de su partido, con quién conspiran, con quién se acuestan, si estarán sobrios para la votación, si han metido la mano en la caja o sobre la mujer de otro. No solo infunden respeto, infunden miedo.

El amor le llega a un hombre al corazón. El miedo, en cambio, le llega a otras partes más influenciables.

Francis Urquhart pertenece a la aristocracia, está familiarizado con el poder y sus modos de uso. Es parte del cogollo. Tal vez por eso su ascenso a primer ministro es mucho más rápido que el de Frank Underwood al Despacho Oval, un chico de Carolina del Sur hecho a sí mismo. O tal vez la lentitud con la que se van cumpliendo sus planes tiene que ver con que Netflix no dejará escapar un caballo ganador en solo tres temporadas. Lo cierto es que el personaje de la novela de Dobbs es más letal y efectivo en cada uno de sus movimientos.

La lealtad puede ser buena, pero rara vez es aconsejable.

A Urquhart y a Underwood los mueve el afán de venganza por una promesa política incumplida. Los colaboradores de Urquhart actúan por resentimiento. Los de Underwood, por ambición y lealtad, como corresponde a los códigos mafiosos a los que nos tiene acostumbrados el cine y la televisón estadounidenses. Es lo que corresponde entre gente hecha a sí misma. Entre Urquhart y el resto del mundo existe la distancia infinita que da la cuna en una sociedad tradicional y clasista. Underwood pertenece, junto con sus cómplices, al sueño americano: la conquista de la felicidad y los sueños como derecho inalienable (y a cualquier precio).

En política, las amistades no son más que impresiones, se borran muy fácilmente.

Los dos tienen claro que Francis Drake, ese viejo lobo de mares tormentosos, tenía razón cuando decía:

Las alas de la oportunidad lucen las plumas de la muerte.

Frank Underwood y Francis Urquhart tratan de recomponer sus situaciones sociales. Con la diferencia de que Urquhart tiene por objetivo restituir los viejos privilegios de una familia con solera, mientras Frank Underwood trata de sepultar sus orígenes. El tory escocés nunca estrangularía a un perro con sus propias manos sino que buscaría la escopeta de caza heredada de su padre y le pegaría un tiro. Letales, sí, pero con estilos diferentes. Uno trabaja para sí mismo y para la tribu del partido conservador; el otro, solo para sí mismo y con más posibilidades de perder pie en la realidad.

Política: dícese de la disciplina en la que cuesta muy poco pasar de diputado a imputado.

Robin Wright no habría tenido la oportunidad de ganar un Globo de Oro de haber interpretado a Mortima Urquhart en lugar de a Claire Underwood. El papel de Claire en la serie es mucho más activo: es una mujer leal a su marido, pero con ambiciones propias. A tal punto que Kevin Spacey debe recordarle que en el Despacho Oval hay lugar para uno solo, otro momento en el que uno piensa en Hillary Clinton durante la presidencia de Bill.

Mortima, en cambio, no deja de ser una sombra. Perdida por la música de Wagner, con varios y discretos asuntos extramatrimoniales para matar el tiempo, está dispuesta a cualquier sacrificio para que Francis alcance sus objetivos. Claire es competitiva y celosa, y sus lealtades hacia Frank no van más lejos que su lealtad a sí misma. Francis Urquhart habría podido llegar a primer ministro del Reino Unido sin Mortima; la presidencia de los Estados Unidos habría sido inalcanzable para Frank sin Claire. La relación entre ellos se convierte en la columna vertebral del relato y la tensión dramática.

Tal vez es en los personajes femeninos en lo que más difieren el libro y la serie.

Mattie Storin es la joven corresponsal política del Chronicle, un periódico conservador que ha caído en las garras de Benjamin Landless. Su ambición es ser la mejor periodista política de Londres y no le faltan cualidades de sabueso, un afán por llegar al fondo de las cosas y volver con su presa. El machismo de la redacción en la que trabaja está pintado sin concesiones. Cuando Grev Preston, el director del diario, rechaza publicar una exclusiva de Mattie porque va contra los intereses de Landless, la despide así:

Mira, guapa, quita las tetas de mi escritorio y los tanques de mi jardín, ¿quieres?

Mattie Storin, que se va a la cama sin pensárselo dos veces si eso la ayuda a conseguir una exclusiva está, sin embargo, muy lejos de la sexualidad pragmática de Zoe Barnes y de sus despiadadas ambiciones. Cuando entra en conflicto con Francis Urquhart es porque vislumbra la verdad, no porque lo ve como un obstáculo para sus planes. Ambas se vuelven inmanejables para quienes las usaron de marionetas, pero la fibra es muy distinta. Mattie jamás habría sobrevivido en una redacción del siglo XXI, pero es la auténtica coprotagonista de la novela.

La belleza depende del color del cristal con que se mire; la verdad, de hasta qué punto la manosee el jefe de redacción.

Michael Dobbs ha dicho que, pese a toda su doblez en la ficción política, FU siempre ha estado de su lado en estos 26 años que personaje y autor llevan juntos. Si eres fan de House of Cards, vale mucho la pena leer la novela que dio nacimiento a este Maquiavelo moderno. Y si no lo eres, también, con la ventaja de que no echarás de menos a Kevin Spacey.

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