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Sumisión, de Michel Houellebecq: el hombre cansado

A Michel Houellebecq le colgaron el sambenito de islamofóbico en 2002, cuando unas declaraciones en la revista Lire, durante la promoción de su novela Plataforma, le llevaron a los tribunales, acusado de injuria racial e incitación al odio religioso. Que el criminal atentado contra la redacción de Charlie-Hebdo haya coincidido con la publicación de Sumisión en Francia y que el número de la revista en preparación tuviera su foto en portada, alimentaron el mito. También, que el gobierno francés lo hiciese salir de París y le pusiera custodia.

 El premio Nobel Jean-Marie Le Clézio hizo su contribución. Declaró desde Colombia que jamás leería Sumisión porque tenía un mensaje de miedo contra el Islam que solo podía favorecer el ascenso de la extrema derecha francesa. Nunca juzgues un libro por su cubierta (ni por lo que dicen los periódicos), debería haber recordado Le Clézio.

 Sumisión acaba de llegar a las librerías de la mano de Anagrama. La presentación se hizo en el Instituto Francés de Barcelona, el martes 28 de abril, en medio de las fuertes medidas de seguridad que merece alguien perseguido por la Yihad islámica, aunque no hay amenazas conocidas contra Houellebecq.

 Con todos estos antecedentes, uno se dispone a leer el libro como si la pantalla de la tableta escondiera nitroglicerina líquida en lugar de LCD. Pero a este lobo le faltan tantos dientes como al escritor Michel Houellebecq. Sumisión no es una novela islamofóbica, tampoco pretende favorecer al Frente Nacional de Marine Le Pen ni llama al odio religioso. Sumisión es la novela de un hombre cansado. Como lo han sido todas sus novelas, desde la extraordinaria Ampliación del campo de batalla hasta hoy.

 El hombre cansado

 François, un profesor universitario especializado en la obra de Joris-Karl Huysmans, vive de pérdida en pérdida desde que acabó su tesis de doctorado. La primera pérdida es su condición de estudiante: esos siete años que pasó dentro de la obra de un autor al que admira y con el cual había trabado la poderosa amistad que solo se puede conseguir leyendo los textos en los que se manifiesta su presencia.

 Entra en la vida académica como un caballo bien entrenado sabe entrar en las caballerizas: sin rebeliones y sin ilusión. Houellebecq nos ahorra los pormenores de los 15 años pasados entre la defensa de su tesis y 2022, pero sabemos que han sido monótonos.

Entretanto, la crisis económica del 2008 nunca se ha superado; Francia y los franceses son cada vez más pobres; el tren de alta velocidad rezuma heces por los pasillos y nunca sale ni llega a horario; las pandillas de identitarios y yihadistas libran sus batallas en las calles sin que la prensa ni el gobierno se den por enterados; quienes no han logrado casarse con una mujer hogareña comen platos idénticos, que calientan en el microondas y compran en el supermercado. Lo único que goza de buena salud es la industria editorial francesa, como si a la gente no le quedara otra opción que vivir en los mundos alternativos de la lectura frente a la decadencia y el aburrimiento de la realidad.

 La ideología emprendedora y el turismo emocional

 La ideología “emprendedora” ha minado la pertenencia a la izquierda que, sin embargo, sigue ganando las elecciones en una sociedad cada vez más escorada a la derecha. Y esto, por miedo al Frente Nacional. Mientras tanto, Qatar (o Dubai o Abu Dabi, tanto da) ha comprado con petrodólares los derechos para hacer una reproducción de La Sorbona en su territorio, como ya lo han hecho con el museo del Louvre Abu Dabi en la realidad real.

 François tiene una vida sexual bastante satisfactoria y una vida emocional que no termina de madurar: sus ligues (o sus amores) con las compañeras de estudios duraban lo que el curso lectivo. Y lo mismo sucede ahora que es profesor, pero las compañeras han sido reemplazadas por la carne fresca de las alumnas que cada año se inscriben al segundo curso de literatura francesa en La Sorbona III. Nada se arraiga, todo flota en esta Europa en guerra consigo misma.

 Cansado y solo

 Poco a poco, Houellebecq le va quitando a François todos sus monótonos anclajes: le deja sin trabajo y sin justificación. Le deja sin amante y sin placer, a solas con los achaques de la cuarentena. Le deja sin padre y sin madre. Y hasta le deja sin Huysmans cuando acepta hacer una edición crítica para La Pléyade, con la que agota su relación con el autor de su juventud.

 Sin mujeres, esa posibilidad de tener relación con lo humano a través de una alteridad que juzga exótica, François tienta el camino de encontrar al Otro absoluto, a Dios, siguiendo los pasos del escritor decadente convertido al catolicismo, a quien tan bien conoce. Pero François es un hombre cansado desde el inicio y le falta la enjundia para dar el paso del ateísmo a la religión.

 Una conversión sin saltos al vacío

 La Hermandad Musulmana ha ganado las elecciones francesas en segunda vuelta, gracias a una alianza republicana con los socialistas y la derecha tradicional, que le temen más a Marine Le Pen que a lo desconocido. Mohammed Ben Abbes (un apellido que hace pensar en la Legión Extranjera) es un musulmán moderado con la pretensión de convertirse en el Augusto del siglo XXI y restablecer el imperio europeo, que esta vez incluirá al Norte de África. Su advenimiento produce esa especie de alegría que se da entre los cansados: al menos, es algo diferente.

 Y, en nombre de los valores tradicionales y la familia, logra lo que ningún gobierno francés había conseguido sin protestas y levantamientos: cortar el gasto social en un 85 por ciento con los argumentos distributivistas de Gilbert Keith Chesterton y la doctrina social de la Iglesia católica. También se acaba con el paro, a costa de que las mujeres abandonen el  mercado de trabajo. Todo esto es bien recibido, porque en la espiral de pérdida de derechos iniciada por el neoliberalismo, al menos Ben Abbes ofrece algún valor de cambio, una justificación que promete un nuevo comienzo.

 Solo, con su vida intelectual acabada aunque cada vez más prestigioso, sin mujer ni expectativa de trascendencia, François, este hombre cansado que está al borde del suicidio pero no encuentra ninguna buena razón para matarse como no la encuentra para vivir, decide en el transcurso de un cóctel académico su conversión al Islam. De la misma manera que los caballos bien entrenados entran en las caballerizas: sin rebeliones y sin ilusión. Solo porque es algo diferente a la monotonía de sus días. Tal vez, una segunda oportunidad.

 Sumisión es la novela más amable de Michel Houellebecq. La que mejor permite identificarse con el protagonista: un hombre bueno cargado de egoísmo. Tal vez porque todos, al igual que François, estamos muy cansados.

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