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Por qué no se puede matar a un ruiseñor

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Sonia Rueda

Pregúntaselo a Atticus Finch, un abogado con escrúpulos en un pueblucho polvoriento del viejo Sur carcomido por los efectos de la Gran Depresión y del racismo. Tiene esa respuesta y otras muchas, y es único en su especie: un letrado íntegro y un viudo consagrado al cuidado y la educación de sus dos hijos. Un personaje memorable en un contexto sobrecargado de emociones encontradas.

 Con Atticus, su circunstancia y su entorno, Harper Lee armó un artefacto narrativo perfecto que estalló en Matar a un ruiseñor, una maravillosa novela cuya onda expansiva resuena más allá del fin, porque entraña una lección vital.

 Una voz inocente… ¿o no tanto?

Narrada en la voz de la pequeña Scout, cuenta cómo su padre defiende a un hombre negro acusado en falso de violación y cómo sus vidas -la suya, la de su hermano Jem y tangencialmente la de su amigo Dill- se verán zarandeadas por el proceso judicial y por la actitud de su padre. Un padre que educa a sus hijos mostrándoles sin tapujos las miserias del mundo. A ellos y a los lectores.

 Es una novela capaz de hurgar en las heridas de un país con el tacto suficiente como para no abrirlas aun más, pero logrando que escuezan. Es la fascinante, dolorosa y divertida recreación de las injusticias de un pueblo de Alabama a través de los ojos de una niña indomable y espontánea.

 Matar a un ruiseñor es un brillante tapiz de la América profunda en los años 30, de los conflictos raciales, del miedo a los distintos, de los prejuicios, las etiquetas y de la irrupción de una niña en la madurez. Pero, ojo, ni rastro de sermones infumables, de moralinas al peso, ni de narradores omniscientes en poder de la Verdad Absoluta. Nada más lejos del texto, del tono y del estilo de Harper Lee, y por eso es un clásico moderno y mucho más.

 Un betseller atemporal

En julio de 1960 una aún desconocida Harper Lee remataba la versión definitiva de uno de los libros imprescindibles de las letras norteamericanas. Un año después se llevó el Pulitzer y su adaptación homónima al celuloide no sólo arrasó en los Oscar de Hollywood, sino que apuntaló aun más la consagración de la novela original de la que, por otra parte, el guión apenas difería. Gregory Peck inmortalizó a un Atticus Finch que es más que un simple personaje de ficción: es un héroe nacional en Estados Unidos.

 Lectura obligada en los programas escolares estadounidenses, allí sigue siendo un superventas 55 años después, mientras que en el resto del mundo es un libro de culto que sobrevive gracias al boca-oreja. Ahí están las cifras: supera los 40 millones de ejemplares vendidos. Y eso ya es decir mucho de un libro que no falta en el fondo de ninguna librería y que tiene su hueco en las bibliotecas domésticas de los cinco continentes.

 Así, mientras lectores y crítica celebran la fuerza narrativa y la gran lección de convivencia y de igualdad de Matar a un ruiseñor nosotros te vamos a dar 6 razones para que la leas y, si aún después sigues sin decidirte, 6 curiosidades que debes saber para quedar como un rey-lector si, a pesar de nuestro empeño, no te la piensas leer.

 6 razones para leer Matar a un ruiseñor, de Harper Lee

 Un enfoque jurídico de los conflictos raciales.  

La grandeza de Harper Lee es ir un paso más allá en la cuestión racial en la Alabama de los años 30, al poner el foco en la aberrante indefensión de los negros en un sistema judicial hecho a medida de los blancos. Y en un contexto general, Matar a un ruiseñor y La cabaña del Tio Tom (1852) abren la veda literaria de una ficción que profundiza en las dramáticas consecuencias del racismo.

Una manera original de pulverizar la cuestión de la feminidad.

Scout es una tomboy, un chicazo de manual que en lugar de almidonarse las enaguas y vender galletas se enfunda su mono raído y reparte mamporros. Y, lejos de achantarse, sale al paso de las críticas que recibe de «auténticas damas»: «Yo indiqué que también podía ser un rayo de sol con pantalones». A través de este personaje libre e irreverente Harper Lee pulveriza estereotipos y subraya las diferencias entre hombres y mujeres.

 Cómo trata otro tipo de prejuicios: Boo Radley.

Mientras Atticus pleitea, Scout y Jem viven su drama de prejuicios y supersticiones en miniatura, proyectados en Boo Radley, un vecino que permanece recluido en la casa contigua. Los niños tienen, heredadas de los adultos, sus ideas sobre él y no pueden resistir la fascinación de espiarle y de fantasear. Aunque sus especulaciones y prejuicios beben de la deshumanización de los mayores, aprenderán que nada es lo que parece.

 Alcoholismo, incesto, violación… contados de forma digerible.

La manera en que, como lector, accedes a una historia cargada de injusticia, con escenas y personajes muy turbios es a través de la voz de Scout. Es la cruda realidad tal y como la aprecia y encaja Scout que, además, es un espíritu hambriento de aventuras.

 Cómo Atticus sienta cátedra en Derecho.

Para Atticus la labor de letrados y jueces debe estar enfocada en compensar la subjetividad del jurado popular. Por eso Atticus muestra en el proceso una interpretación de las pruebas que evidencia la inocencia de Tom Robbinson, un muchacho negro y manco acusado en falso de violar a una joven blanca de una familia marginal. Cómo afronta su labor, su lección de integridad, de valentía y de dignidad profesional han elevado a Atticus a una dimensión distinta a la de un «personaje de ficción». Tanto que en las universidades norteamericanas se le pone como ejemplo y referente de «buen hacer» y Matar a un ruiseñor es lectura obligada para estudiantes de leyes.

 Su estilo: sencillo, directo, divertido, pero efectivo.

Es una de esas historias que se leen sin esfuerzo. Es intensa, tierna, dura, cruda , emotiva y muy, muy divertida. Está escrita con una sencillez aplastante, adaptando el discurso a la forma de pensar y de expresarse de una niña y engarza diálogos memorables con precisión de relojero suizo. Nada de florituras, nada de parrafadas ni de tramas trepidantes. Es un fluir narrativo perfecto y enormemente magnético gracias al cual la historia, los personajes, las escenas y los diálogos se te quedan pegados -literalmente- a la retina.

6 cosas que deberías saber sobre Matar a un ruiseñor, si no piensas leerlo

¿Quién es en realidad el pequeño Dill?

El pequeño Dill es Truman Capote, amigo de la infancia de Harper Lee. Capote también ficcionó esos veranos sureños e incluyó un retrato de Lee como la pequeña-chicazo Idabel en su Otras voces otros ámbitos. Si Capote facilitó la carrera de Lee presentándole a editores y mecenas en el Nueva York de los 50, gracias a Harper Truman acabó A sangre fría, puesto que ella le acompañó a investigar los asesinatos de los Clutter en un pueblo de Kansas y a mecanografiar notas y textos. En 2006 se estrenaron dos adaptaciones de este período del tándem Capote-Lee, Historia de un crimen y Capote, con Sandra Bullock y Catherine Keener encarnando a Harper Lee en ambas versiones.

 ¿Qué papel desempeña Calpurnia?

Atticus enviudó y, reacio a casarse de nuevo, educa a Jem y Scout y lleva a la casa con la ayuda de Calpurnia, una mujer negra que, para escándalo de la hermana de Atticus, es considerada como miembro de pleno derecho de la familia. Su carácter, sus frases y sus artes culinarias son antológicas.

 Monroeville, parque temático de la novela.

La novela ha convertido a Monroeville -el pueblo natal de Harper Lee, que en la novela es Maycomb- en un parque temático de Matar a un ruiseñor. Cada rincón del pueblo celebra la obra y a sus personajes, e incluso una vez al año se teatraliza el juicio contra Toni Robbinson.

 ¿Qué disfraz le salva la vida a Scout?

Scout acude a la fiesta de la señorita Merriweather en la víspera de Todos los Santos vestida de enorme jamón para una función escolar. Al regresar a casa al anochecer con Jem y «enjamonada», será cuando sufran el brutal ataque, del que Jem saldrá vivo pero maltrecho, y Scoutt prácticamente ilesa gracias a su particular «coraza».

 ¿Quién es el ruiseñor?

El ruiseñor es una metáfora de inocencia, y en la novela destacan dos ruiseñores por encima del resto: Toni Robinson y Boo Radley. El primero es un negro honrado y bondadoso que nada puede hacer ante las mentiras de un ejemplar de «white trash» o «basura blanca», individuos marginales y de la peor ralea que destilan lo peor de la sociedad pero que, a pesar de eso, están en un escalón superior al de cualquier negro en la escala social. El otro ruiseñor es Boo Radley.

 Atticus es más que un «ratón de biblioteca» de mediana edad.

Aunque Jem se queja de que Atticus es «muy viejo» y cree que es impensable que su padre tenga según qué habilidades fuera de los libros y los papeles pronto descubrirán que Atticus fue y es el mejor tirador del condado.

Matar a un ruiseñor es un mazazo en el cráneo del lector que no pierde la sonrisa ni aún cuando todavía le reverbera el golpetazo en la conciencia. Es uno de esos libros que, una vez lo acabas, corres a recomendarlo a discreción mientras te preguntas por qué demonios tardaste tanto en leerlo. Es, sin duda, uno de esos libros que hay que leer.

Pero si con todo lo dicho sigue sin picarte el gusanillo quizás en breve, cuando la polémica publicación de Ve y pon un centinela este 15 de julio cope todos los medios digitales y analógicos, te decidas. La que se supone que lleva décadas en un cajón, que es anterior a Matar a un ruiseñor en cuanto a fecha de escritura, pero posterior en cuanto al contenido —nos introduce a una Scout veinteañera e independiente en Manhattan, que regresa a Maycomb a visitar al envejecido Atticus— es ya un éxito de preventas y uno de los fenómenos editoriales de este año.

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