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Helene Hanff, la mujer que amaba demasiado a los libros

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Sonia Rueda

Hay libros y Libros. La norteamericana Helene Hanff firmó uno de estos con mayúsculas cuando publicó en 1971 la correspondencia que mantuvo durante dos décadas con los empleados de Marks&Co, una librería de viejo londinense cuya dirección real hasta que echó el cierre dio título al libro.

Pero ni ella era una clienta normal ni los libreros se tomaban a la ligera sus peticiones. Helene Hanff era adicta a cierto tipo de libros y encontró en el encargado de Marks & Co al camello perfecto que ama su oficio, se entrega a él sin titubeos y a quien le gustan los retos. El enganche es recíproco.

Así nació 84 Charing Cross Road, uno de los textos más originales, divertidos y entrañables sobre libros y librerías que, además de tener adaptaciones teatrales, cinematográficas, televisivas y musicales es un clásico del boca-oreja que lleva cuarenta años captando lectores en un goteo incesante y sin estrategias marketinianas que lo amparen. Charing Cross Road ha sido durante decenios la calle de encuentro de los amantes de los libros.

 Un libro de culto

 ¿Cuál es el secreto de este artefacto literario integrado por un centenar de cartas enviadas entre 1949 y 1969? ¿Qué hace que sea tan especial para el lector el cruce de mensajes entre esa bibliomaníaca atrincherada en el Upper East Side neoyorquino y los cinco empleados de la librería de la capital británica que sufren el racionamiento tras la II Guerra Mundial?

Simple: la irrupción en una intimidad cargada de ternura, de humor y de ironía engarzada sobre una pasión compartida por los libros y las librerías. Una intimidad que se va ensanchando carta a carta a medida que los libreros —y en especial Frank Doel—logran satisfacer a librazos las ansias de ella por hacerse con libros imposibles.

Si a ello añadimos la incontenible anglofilia de Helene Hanff, su particular sentido del humor y ese empeño perverso en coserle a puñaladas lingüísticas la flema inglesa al siempre correcto Frank Doel, y lo espolvoreamos con sus esfuerzos por aliviarles las estrecheces de la posguerra, el resultado es esta joya de que derrocha inteligencia, diversión, ternura y bibliofilia en cada línea.

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Leer el libro

 7 razones para no dejar de leerlo

1. Helene Hanf y Frank Doel: son reales y quieres saber más de ellos.

Helene pasa de leer guiones a escribirlos para la tele, vive de alquiler, su dentadura es precaria y tan pronto anda bien de dinero como pasa apuros. Bebe ginebra y fuma. Pese a sus rarezas es una buena persona, tiene un afilado sentido del humor, y se pone muy, pero que muy cansina cuando un libro no es lo que esperaba o se demora en llegar. En su primera carta tenía 30 años.

Frank Doel es cuarentón, vive con su segunda mujer y tiene dos hijas. No le desagradan los Beatles —aunque sí sus fans gritonas— y en su momento votó por la reelección de Churchill. Es la encarnación del librero-inglés de manual, siempre correcto e intachable en el trato (tarda cuatro años en pasar del «Miss Hanff» al «Dear Helene» en sus cartas) y recuerda al mítico Jeeves (protagonista de las divertidas novelas de J. P. Woodhouse) al encajar sin parpadear los exabruptos postales de Miss Hanff y devolverle el golpe con exquisita ironía.

2. La pasión por los libros y la lectura.

Libros, libros y más libros. La búsqueda de ejemplares de segunda mano de títulos inencontrables es el detonante y será la esencia de la relación postal. Además, a Helene no sólo le gusta leerlos, sino poseerlos y conectarse con su anterior propietario. Ella sólo quiere textos de no ficción –«jamás he conseguido interesarme por cosas que sé que jamás les ocurrieron a personas que nunca han vivido.»-, salvo excepciones: Orgullo y Prejuicio, de Jane Austen; El viento en los sauces, de Kenneth Grahame; Los cuentos de Canterbury, de Chaucer.

3. El pulso entre flema británica y el descaro yanqui.

Helene Hanff es la desfachatez neoyorkina hecha mujer y Frank Doel es la quintaesencia de la formalidad británica. Y en sus cartas no sólo exudan esos rasgos en lo que cuentan y en cómo lo cuentan, sino que conscientes de sus diferencias se reafirman en ellas para desquiciar al otro. La caricaturización de esas dos formas de ser es parte del encanto de este duelo epistolar al que el lector asiste a carcajadas, tomando el relevo del Oscar Wilde que en El fantasma de Canterville enfrentaba los estilos británico y estadounidense.

4. El viaje a Londres: la incógnita de si Helene alguna vez irá.

La anglofilia de Helene Hanff se traduce, además de en sus gustos literarios, en la eterna promesa de una visita a Londres que siempre pospone. La falta de dinero es el motivo unas veces, otras es quizás el miedo a que sus amigos libreros la conozcan y se desencanten, y otra el temor a no encontrar la Inglaterra de la literatura con la que ella sueña. Aún así, para «abrir boca» manda «corresponsales» para que «vean» por ella y le cuenten la experiencia.

5. Los lotes antirracionamiento de Helene.

En 1949 los británicos sufrían el racionamiento de la posguerra. Helene Hanff da con una empresa que envía pedidos de su catálogo a Reino Unido desde Dinamarca. Empieza a enviarles cajas con huevos, carne y frutas en conserva. Cada paquete es una fiesta y, tanto los quebraderos de cabeza de Helene por decidir si manda huevos en polvo o frescos como el reparto del botín entre los miembros del equipo de la librería Marks & Co. como las cartas de vuelta con agradecimientos, no tienen desperdicio y le dan el toque exquisitamente humano al drama que vivían los libreros.

6. La Librería: quién la hubiera pillado abierta.

Como sus protagonistas, la librería también fue real. En el 84 de Charing Cross Road estaba la librería de lance Marks & Co, que permaneció abierta desde 1940 hasta 1970. Tras el cierre, un fan se hizo con el rótulo original de la librería y se lo envió a Helene Hanff, que lo colocó sobre su biblioteca personal. Y gracias a la repercusión de la novela colocaron en el 84 de Charing Cross una placa conmemorativa, que es ya lugar de peregrinaje para lectores fieles.

7. Las adaptaciones: una película que no desmerece al libro.

Aunque en cada versión de 84 Charing Cross Road en diferentes formatos se toman sus licencias,  todas tienen el común denominador de no distorsionar el original y de no desanimar al potencial lector. Repasemos los más llamativos:

  • En 1986 David Jones filma 84 Charing Cross Road con Anne Bancroft y Anthony Hopkins como Helene Hanff y Frank Doel en el film homónimo que a España llegó como La carta final. Dejando a un lado el desacierto en la traducción del título, el atino en el reparto fue total porque Bancroft y Hopkins recrearon a la perfección a Hanff y Doel. Es una de las más bellas películas jamás filmadas sobre libros, librerías y libreros. Y quizás no habría sido posible de no haber sido el regalo del productor Mel Brooks a su mujer, Anne Bancroft, por el 21° aniversario de su matrimonio. ¡Eso es amor!
  • Isabel Coixet la adaptó y la llevó a los teatros españoles en 2004 manteniendo intacta la esencia del texto original.

Helene Hanff odiaba la ficción. Quizás por eso nos regaló este librito tan maravilloso basado en sus cartas y en dos décadas de su vida. De no haber sido suyo seguro que Helene le hubiera pedido a Frank Doel «un 84 Charing Cross Road en buen estado y a un precio asequible «. Después de todo, descubrirlo y leerlo es una de las mejores cosas que le puede pasar a un lector.