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La importancia de ser Edward Hyde

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Sonia Rueda

Si no lo has leído, despójate de cualquier idea preconcebida sobre El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde y abalánzate sobre una de las novelas más espectaculares y extrañas jamás escritas que, además, nació de un mal sueño. En él Robert Louis Stevenson vio cómo un caballero entraba en un armario y allí tomaba una droga que lo convertía —literalmente— en alguien distinto.

Con esa idea, febril y furibundo porque su esposa le despertó mientras «soñaba un dulce relato espectral», arrancó aquella madrugada de 1884 su historia sobre la naturaleza dual del hombre. Tras varias versiones —algunas desechadas por su mujer por sus referencias sexuales— se publicó finalmente en 1886.

Bajo el felpudo victoriano

Estamos, por tanto, en plena Inglaterra victoriana. Una época de doble moral en la que mientras las apariencias, la respetabilidad, la rectitud y la fidelidad a los valores eran la piedra angular del sistema, todos escondían -y ejercitaban- algún que otro vicio bajo el felpudo.  Y Londres era el epicentro de todo ese libertinaje hipócrita y a puerta cerrada: burdeles, bacanales hasta el alba, fumaderos de opio, excesos etílicos en tabernas de mala muerte, bares de lesbianas o sexo de esquina con chaperos en rincones del Soho y el East End. Si hay algún escritor contemporáneo que refleje como nadie este londres hipócrita y transgresor es Sarah Waters en, por ejemplo, El lustre de la perla.

Sin dejar de lado este contexto, la trama es de sobra conocida: el intachable abogado Utterson investiga la sospechosa relación que vincula a su amigo y cliente, el Dr. Henry Jekyll, y al repulsivo y amoral Edward Hyde. Y lo que descubrirá es que el Dr. Jekyll ha inventado una poción que le permite extraer la parte más vil de sí mismo y materializarla en otra persona. Ese nuevo ser es Mr. Hyde, un completo desconocido que disfruta llevando una vida sin ataduras escudado en su anonimato en el lado más sórdido de “la City”.

 Un Hyde en un armario

A qué tipo de vicios desviados se entrega Hyde… no se concreta en el texto. Pero Jeckyll tiene todas las papeletas para ser el perfecto gentelman inglés en el armario, que oculta como puede —y cuando puede— su homosexualidad. Y con el brebaje se transforma en Hyde, y se suelta. Stevenson, aunque nunca entró a detallar qué hacía Hyde en sus correrías, sí matizó de Jekyll que era un hipócrita que llevaba toda su vida ocultando con esmero sus vicios. Y las de Hyde, como reconoce Jekyll, son «monstruosas exageraciones de los caprichos depravados» que él siempre tuvo y ocultó —que no reprimió— desde joven.  Pero, ¿por qué gay? Repasemos:

  1.  En su sueño Jekyll bebía su poción dentro de un armario para transformarse y salir de él como un Hyde desbocado que satisfacía sus necesidades en la brumosa noche londinense.
  2. Físicamente Hyde era «repulsivo», un aspecto que podría proyectar el rechazo que sentía Jekyll hacia sus tendencias homosexuales que, por otro lado, no quería ni podía reprimir.
  3.  En todo en el relato no hay un sólo personaje de peso que sea mujer: Henry Jekyll no es viudo y no tiene prometida ni esposa, ni relaciones conocidas con féminas.
  4. En el texto original en inglés figuran palabras y expresiones vinculadas a la subcultura homosexual del Londres Victoriano. Por ejemplo, «earnest», que también utilizara Oscar Wilde en The importance of being Earnest/La importancia de llamarse Ernesto, era utilizada en ciertos círculos victorianos para referirse a homosexuales.
  5. Utterson sospecha que Hyde chantajea a Jekyll; en aquella época el chantaje a caballeros con deslices homosexuales era habitual. Oscar Wilde lo padeció y, no sólo eso, fue a prisión porque destaparon su condición tras un proceso judicial del que él da cuenta en la gloriosa De Profundis.
  6. De nuevo Utterson y su amigo Enfield también barajan la opción-aunque no se menciona de forma explícita- de que la relación entre Jekyll y Hyde pueda ser «sexualmente perversa».

Después, todo se tuerce cuando ese lado desviado de Jekyll comienza a tomar el control: escasea un ingrediente clave de su pócima con el que mantenía a raya al gay que lleva dentro y el doctor, horrorizado, se encuentra incapaz de revertir a su estado inicial. Se queda, con Hyde, encerrado en su armario… Ay, ay, ay, ay.

 Un Imprescindible al que emparentan con Jack El destripador

Pero más allá del anverso y el reverso, del lado oscuro y de la ambigüedad moral, Stevenson desbroza en El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr Hyde una trama de suspense cargada de imágenes sugerentes y demoledoras, de escenas que más parecen fotogramas que párrafos que, además, por su prosa directa y limpia se leen de un tirón. En su breve novela no hay vísceras, sangre, ni escenas de depravación explícita, pero hay algo más eficaz: la hipocresía desenmascarada y el mal hecho hombre y acción.

Fue un exitazo cuando se publicó y en dos años se estrenó en Londres su primera versión teatral. Cuando apenas llevaba meses sobre las tablas, los salvajes asesinatos de prostitutas de Jack El destripador sembraron el pánico en la capital británica.

De las múltiples teorías que planeaban sobre la identidad del criminal, parte de la prensa sensacionalista apostó no por un perfil de «bruto de clase baja», sino por un gentelman de las más altas esferas, muy preparado, refinado y respetado y del que nadie sospecharía. Literalmente hablaban de un Dr. Jekyll y su Mr. Hyde, un hombre con una doble vida y enfermo de «demencia moral» —concepto que evolucionaría al psicópata moderno junto con el desarrollo de la criminología. Esta campaña caló tan profundamente que tuvieron que retirar la obra de cartel por presiones de prensa y de público.

Aunque malograda, esta primera adaptación abriría la veda de posteriores versiones en todos los formatos imaginables -cine, musicales, series televisivas, bandas de rock- que han reventado de tal forma la trama que han desanimado a innumerables lectores a leerla por creer conocerla. Craso error porque esta novelita es un artefacto narrativo perfecto, de esos que no hay que dejar de leer.

Si no te lo piensas leer, que no te pillen en un renuncio

 Si llegados a este punto sigues en tus trece de no leer la novela, vamos a comentarte algunas curiosidades que podrían «descubrirte» ante verdaderos lectores de la novela o, por el contrario, con las que sí podrás demostrar que, en efecto, leíste El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr Hyde en lugar de ver alguna de sus adaptaciones.

  1. La casa de Jekyll es un reflejo de su propia dualidad: una apariencia elegante e impecable que esconde, en la parte trasera y con salida propia al mismo corazón del East End, un laboratorio polvoriento donde se transforma.
  2.  A pesar de tener llave propia y salir y entrar por la trasera de la casa de Jekyll, Hyde tiene su propia casa en el Soho, con su propio fondo de armario.
  3.  En la mayor parte de las adaptaciones (cine clásico de 1942, por ejemplo) Jekyll sí tiene una prometida, y Hyde se desfoga de una u otra forma con mujeres.
  4. No hay dos brebajes (pócima y antídoto), sino que hay un único elixir diabólico que facilita a Jekyll sus viajes de ida y vuelta a Hyde.
  5. El eminente y respetable Dr. Jekyll no se transforma en Hyde por un error en su pócima como, por ejemplo, le ocurría al Jekyll-Spencer Tracy de la versión de celuloide de 1942: buscaba esa transformación para dejar suelto el lado oscuro. No se convirtió en Hyde por error.
  6. El personaje ha calado tanto que «El Dr. Jekyll y Mr Hyde» son parte del lenguaje popular como expresión acuñada para aludir a los repentinos cambios de humor de alguien.
  7. Edward Hyde no es un «monstruo», sino que no es más que un hombre físicamente poco agraciado: de baja estatura, fibroso, simiesco, con manos cetrinas, nervudas y peludas.
  8. Los verdaderos protagonistas son, sobre todo, Utterson y con menos peso Enfield, ya que Jekyll y Hide desfilan poco -relativamente poco- por las páginas.

Murió al estilo Jekyll

 Para concluir, la muerte de R.L. Stevenson en 1894, curiosamente, tiene bastante que ver con su Jekyll/Hyde. Vivía en Samoa, junto a su mujer Fanny, y tras una jornada escribiendo mientras preparaban la cena Stevenson bajó a su bodega a por una botella de vino. Al descorcharla, gritó: «¿Qué es esto? ¿Qué me ocurre? ¿Qué le pasa a mi cara?» Y se desplomó.

Horas más tarde fallecía por un derrame cerebral con la cara desfigurada. Tenía 44 años.

Edward_Hyde

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