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El Minotauro en su laberinto. Varoufakis y la crisis

Son los Juegos del Hambre y la última partida empezó en 2008. Todavía no sabemos si Katniss saldrá invicta de la arena y mucho menos si Yanis Varoufakis, ministro de economía de Grecia, será el Teseo que nos salvará del Minotauro global encerrado en su laberinto.

En estos días, Atenas está tan espantada e indignada por el tributo a pagar en vidas humanas como en los tiempos míticos de Asterión y Teseo. El Minotauro global es uno de esos libros que uno debe proponerse leer, aquí y ahora. En él Varoufakis cuenta la historia de cómo hemos llegado a esta situación sin salida con unas dotes descriptivas que lo hacen accesible a cualquier lego. Es una foto aérea del laberinto y, aunque menos efectivo que el hilo de Ariadna, al menos nos revela la topografía de nuestras penurias.

Saber dónde nos hemos metido es el primer paso para encontrar el camino de regreso a la cordura desde una economía global aturdida y letal.

El lector deberá pasar de puntillas por los dos primeros capítulos —la introducción y “Laboratorios del futuro”— sin saltarlos. Varoufakis es un economista y un político, no un escritor, y empieza un poco enmarañado antes de destilar sus mejores dotes narrativas e intelectuales, lo que le puede hacer perder lectores injustamente. Nadie saldrá mucho más sabio de las explicaciones que da al comienzo sobre la teoría del capital de John Maynard Keynes, escuela a la que pertenece en su vertiente más radical. Pero quien llegue al capítulo tres tiene garantizado el disfrute por todo lo que queda del libro.

Los acuerdos de Bretton Woods

No había terminado la Segunda guerra mundial cuando, en enero de 1944, en un bonito hotel del estado de New Hampshire, 44 países se encontraron con el toro blanco de Minos recién salido de las aguas de Poseidón. Fue el primer diseño de un Orden Global que tendría a los Estados Unidos como líder indiscutible al timón de la economía mundial. El siguiente, junto con el primer email, llegaría en 1971. Es el Minotauro global, el Asterión engendrado en las cenizas de la guerra.

De Bretton Woods salieron el patrón oro, la convertibilidad de las monedas soberanas, una parte del Banco Mundial y el muy temido FMI.

En 1947, la de Estados Unidos era la única economía que había salido fortalecida de la guerra y también la única potencia militar no debilitada. Con un enorme excedente productivo, necesitaba mercados. Había que reconstruir las economías de Europa y el sudeste asiático para que pudieran absorber ese sobrante. Es así como nace el Plan Marshall, oficialmente conocido como Programa de Recuperación Europea (ERP, por sus siglas en inglés). China era la elegida en Asia, pero el advenimiento de Mao frustró los planes y el dinero fue a Japón.

Estados Unidos cedió el 2 % de su producto interno a la reconstrucción bajo ciertas condiciones. Llegó la prosperidad (la producción industrial en Europa creció un 35 %) y la integración europea, precursora de la UE actual. También llegaron la Guerra Fría y la dolarización del comercio mundial.

Como rey del mundo, Estados Unidos dominaba con modales magnánimos sobre sus vasallos. Y esto podría haber seguido así durante decenios si una parte de la realidad imprevista no se hubiese colado en el diseño del Orden Global.

No hubo Ulises en este barco que se atara al palo mayor. Y el timonel cayó presa de los cantos de sirena, que le prometían que sería siempre el administrador de los excedentes de la economía global, como en 1944 lo había sido de los propios.

En 1971, Estados Unidos era una economía deficitaria y la consecuencia directa era la dinamitación del primer diseño del Orden Global. La guerra de Vietnam, la creciente competencia de los vasallos que había aupado (Alemania y Japón) y la atención de los desequilibrios sociales que esa misma guerra había provocado dieron por resultado un país al borde de la quiebra. 70 mil millones de deuda contra unas reservas en oro de 12 mil millones.

Pero no hubo necesidad de un default, palabra con la que hoy se afea a todo país que no puede cumplir con su endeudamiento. Simplemente, se salieron de los acuerdos de Bretton Woods y no reconocieron el patrón oro. Estamos en los años de Nixon y del primer aumento desmesurado de los precios del petróleo. La ruptura con el patrón oro le permitía a los Estados Unidos una devaluación que de otra manera no habría podido llevar adelante.

Salvo el dólar, todas las monedas son un bitcoin

Sus aliados —y antiguos beneficiarios del plan Marshall— sabían que las consecuencias eran claras: “el dólar es nuestra moneda, pero el problema es vuestro”.

Georges Pompidou —tan francés y tan amigo de los grandes gestos— hizo una declaración pública del enfado de los aliados europeos ante los rumores de ruptura unilateral del patrón oro. El 11 agosto de 1971 envió un destructor a Nueva Jersey. Estaba cargado de dólares estadounidenses que pretendía canjear por el oro que Estados Unidos guardaba en Fort Knox. Enternecedoras anécdotas de la historia.

Y aunque Nixon se quedó lívido, el destructor de Pompidou le llevó a anunciar, cuatro días después, que el dólar ya no sería convertible en oro.

Después de algunas turbulencias, el dólar se convirtió en la moneda de reserva, gracias al tamaño de la economía estadounidense, pero también gracias a su poderío bélico. Este privilegio excepcional de emitir deuda contra la propia moneda hizo que los Estados Unidos se transformara de un país que administraba excedentes con moderada magnanimidad a un país que exportaba déficit con exagerada codicia.

El paradigma se dio vuelta como un guante: era el segundo diseño del Orden Global y el advenimiento del Minotauro global. Cada vez que una mujer en Kenia llena el tanque de su coche de gasolina –algunas mujeres tienen coche en Kenia– contribuye a la dieta del Minotauro. Cada tonelada de soja que exportan Brasil o Argentina contribuye a la dieta del Minotauro.

De esta manera, el Minotauro puede imprimir dinero según sus necesidades provocando inflación o recesión en el resto del mundo, pero nunca afecta a su economía doméstica. El Minotauro puede imprimir dólares ad libitum y financiar su enorme déficit y su expansión militar, desde Ronald Reagan hasta nuestros días, mientras pasa la factura a Europa y a los países emergentes. El Minotauro global, como Asterión, recibe tributo en vidas humanas desde todos los sitios del mundo conocido.

Herido pero no muerto

La crisis del 2008 mostró la fragilidad de los designios del Minotauro. Los excedentes financieros son más difíciles de manejar que los excedentes de producción. Son los que provocaron la inmensa burbuja de hipotecas subprime y derivados que explotaron ante los ojos atónitos de quienes deberían haberlo previsto. El monstruo está herido y su mal humor va en aumento, hasta el punto de que ha destruido parte de los muros que lo contienen en su laberinto, Wall Street, y ha dejado ver su rostro.

Los esfuerzos de Barack Obama y de la Comisión Europea no van más allá de volver a levantar el muro para que no veamos su furia y se nos pase el miedo. Pero no hay vuelta atrás: no se puede volver a la financiarización de la economía como si aquí nada hubiese pasado. Porque, además, no solucionaría nada a la gente corriente y moliente que ha pagado altísimos precios vitales por los errores de diseño del Orden Global. Desde el punto de vista de Varoufakis —y de cualquiera que la sufre— la crisis no ha terminado. Y la posibilidad de una recaída no es descartable.

Herido y furioso, el Minotauro se aplaca cuando recibe su tributo de vidas humanas transformadas en asépticos flujos financieros . Pero, ¿hasta cuándo?

Para Varoufakis, de triunfar Obama y la Comisión Europea en su empeño por detener el reloj, nos encaminaríamos hacia una “quiebrocracia” tanto en Europa como en Estados Unidos, mientras China se convertiría en el centro aglutinador de una economía que gestionaría los excedentes tanto de producción como de capital de los países emergentes. Con lo cual, solo habremos cambiado un Minotauro por otro.

Una nota sobre la edición de Capitan Swing

Todas las decisiones de traducción son respetables. Por eso, también son cuestionables. Los traductores de El Minotauro global, que fue escrito en inglés por el autor, optaron por trasladar al castellano el femenino genérico, una forma de lenguaje inclusivo muy ligada a lo políticamente correcto en las universidades estadounidenses. Lo hacen incluso en momentos en los que en inglés esas palabras no tienen connotación de género alguna como, por ejemplo, en el caso del nosotros (we, us). Esta decisión, cuyo riesgo asumen, tiene la desventaja de volver demasiado exótico un texto que, en el original, deslumbra por su cercanía con el lector.

La fluidez con la que Varoufakis trata los mitos antiguos y la cultura pop, imbricándolos para crear metáforas que vuelven comprensibles para el lego conceptos muy intrincados de la historia económica tal vez merecía pasar por alto estos pelillos a la mar de la corrección política anglosajona para presentar un texto más acorde con las culturas hispánicas.

Aun así, El Minotauro global es de lectura obligatoria para todos aquellos que, cuando leen en los periódicos noticias sobre la crisis o las decisiones de los gobiernos, sienten que algo no cuadra con la leyes de la lógica.

El Minotauro global

* Este libro no está ya disponible en 24symbols. Pese a todo, recomendamos fervientemente su lectura.