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El club de lectura de Mad Men (II)

Las lecturas de las chicas de Mad Men también nos dan claves. Algunas adelantan sutilmente futuros acontecimientos; otras apuntan a subrayar el espíritu crítico de la serie de Matthew Weiner; otras contextualizan el momento histórico de este drama de época.

Joan Holloway y El amante de Lady Chatterley

Si hubiésemos prestado más atención al libro que Joan Holloway sostiene entre las manos en el episodio de “Las bodas de Fígaro”, habríamos sabido con bastante antelación que Peggy Olson pagaría con un embarazo no deseado su confianza ciega en la píldora anticonceptiva y los arrebatos de Pete Campbell. De pistas como esta han estado plagadas las temporadas de Mad Men, guiños a la audiencia que le dan nueva dimensión a la narrativa, aunque se descubran demasiado tarde.

En El amante de Lady Chatterley, Constanza queda encinta de su amante Oliver Mellors, guarda de coto en las propiedades de su marido, sir Clifford. Sir Clifford, a quien la guerra ha dejado parapléjico, tiene una acuerdo tácito con Constanza: aceptará como heredero a un niño nacido de una relación extra matrimonial, ya que él no puede garantizarle la concreción de la maternidad. El futuro niño no es, entonces, la causa del drama que se desata. El problema es que Constanza se enamora de Oliver.

La novela de D. H. Lawrence se publicó en una edición clandestina en Florencia, en 1928, y es la última que escribió el autor británico. Acusada de pornografía a causa de sus muy explícitas escenas eróticas, tuvo una edición expurgada en 1932. Joan Holloway tiene entre sus manos la primera edición completa y no censurada de Lady Chatterley al alcance del gran público, que vio la luz recién en 1959, tres años antes de los acontecimientos que se desarrollan en la serie.

Hay quien ha dicho que la aparición del libro en Mad Men lo señala como el Cincuenta sombras de Grey de los años 60. Si esto fuera así, Mad Men no solo estaría retratando la Edad de Oro de la publicidad, sino también la Edad de Oro de la edición. No hay dos obras más distintas entre sí que estas. Si en una se canta el triunfo del cuero, goma y disciplina, en Lady Chatterley las escenas más fuertes suceden cuando los dos amantes se colocan flores en partes del cuerpo donde habitualmente no las ponemos. Es un canto a la vida, a la autoafirmación y al erotismo visto como religión, como acertadamente señaló Octavio Paz, además de un alegato contra las guerras y la deshumanización del industrialismo de principios del siglo XX.

D. H. Lawrence ha escrito entre las mejores páginas sobre sexo de la literatura británica, apoyándose en el convencimiento de que las sensaciones eróticas completan nuestra humanidad y contribuyen a nuestra complejidad espiritual y psicológica. Joan Holloway es una mujer que vive su sexualidad de manera plena y el libro, en sus manos, además de anunciar el próximo embarazo de Peggy, es un mensaje sobre la futura revolución sexual que liberará a tantas mujeres que, como las que pueblan Mad Men, vivían sometidas a un patrón de conducta sexual impuesto por los varones. A años luz de Grey y sus manipulaciones.

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Sally Draper y La semilla del diablo

Junto a Peggy Olson, Sally Draper –la hija mayor de Betty y Don– es uno de los personajes femeninos más atractivos de Mad Men. Testigo infantil y reflexivo de unos años 60 que abrieron muchas puertas, pero también clausuraron para siempre un estilo de vida. Tiene casi la edad que el productor de serie, Matthew Weiner, tenía por entonces y tal vez su misma mirada sobre los acontecimientos protagonizados por sus padres.

En “El colapso”, que se desarrolla en 1968, ya ha dejado de ser una niña. Así como Don ha dejado de ser el creativo publicitario más inspirado de Manhattan. Sola en el piso de su padre y a cargo de sus hermanos para que Megan pueda ir al teatro, Sally lee La semilla del diablo, de Ira Levin —la novela de terror que luego Roman Polanski llevó al cine con Mia Farrow en el papel de Rosemary— cuando oye unos ruidos que la sobresaltan.

Se encuentra con una mujer afro-americana de mediana edad que revuelve cajones y le dice que no hay de qué asustarse, que ella es Grandma Ida, la mujer que crió a su padre. Don está en la agencia, todavía bajo el efecto de las drogas que Jim Cutler ha decidido administrarle al equipo creativo para que saque adelante la incierta campaña para Chevrolet durante el fin de semana.

Grandma Ida responde con gran seguridad a las preguntas de Sally, que trata de decidir si esa mujer tiene algún lugar en su familia. No le cree y llama a la policía. Además de porque es el best-seller del año, ¿por qué Matthew Weiner le hace leer La semilla del diablo en ese momento casi surrealista?

La novela de Ira Levin, con ser una de las historias más terroríficas de satanismo y brujería que produjo la segunda mitad del siglo XX, es sobre todo una historia de traición, de traición afectiva. Rosemary es traicionada de la peor manera por la persona que, supuestamente, más debía quererla y protegerla: su marido, quien la manipula y la aleja de sus amigos, dejándola sola frente a las fuerzas del mal con las que él se ha aliado. Es en esa traición donde está anclado el horror persistente de la novela, mucho más allá de las escabrosas escenas de cultos satánicos.

Mientras es Betty, la madre, quien aísla a Sally de sus amigos por motivos más o menos inconfesables, será Don, el padre de quien se siente tan cercana, quien la traicione. Y no es solo porque, hasta las orejas de drogas y de alcohol, Don colapsa en la alfombra al llegar a casa y encontrarse con la policía, es porque Sally ha entendido, en su encuentro con Grandma Ida, lo poco que sabe sobre su padre. Se lo dirá en una conversación telefónica, cuando él la llama para disculparse por haberla dejado sola en la casa. “Le pregunté sobre todo lo que sé. Ella tenía una respuesta para cada cosa y me di cuenta de que no sé nada sobre ti”, le responde Sally. Un poco como Rosemary no sabe nada sobre Guy.

La semilla del diablo regresará a la serie cuando Peggy está ideando una campaña para la iglesia de St. Joseph, que es una parodia de la película de Polanski, en el episodio “La cualidad de la clemencia”. Para entonces, las cosas parecen haberse ido de las manos en la agencia y la vida de Don se desliza hacia el desastre.

Los pactos con el diablo suelen salir caros y La semilla del diablo es un comentario extremo sobre una de las tematizaciones más constantes de Mad Men: la dejación de responsabilidad paterna.

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El clásico de Ira Levin bien vale una lectura hoy, a 45 años de su primera publicación: es tan bueno que sigue garantizando escalofríos.

Betty Francis y Topaz

En “El diluvio”, la realidad empieza a colarse en las vidas de los protagonistas de Mad Men. Es el año del asesinato de Martin Luther King y de los desórdenes raciales que afectarán el futuro del país, pero apenas si tocan las vidas de estos personajes de la clase media acomodada de Manhattan. El fin de época los toca en otros rincones: la agencia hace aguas y debe plantearse la salida a Bolsa o negociar una fusión; las tensiones con los clientes aumentan; Don vuelve a fallarle a sus hijos; Peggy está por hacer un mal negocio inmobiliario para complacer a Abe; Henry Francis decide presentarse a unas elecciones.

Betty Francis, uno de los personajes femeninos que menos encaja en Mad Men, es ahora la esposa de un político que, por fin, se fogueará en una elección a senador en el estado de Nueva York. Fantasmal y dócil, insatisfecha pero siempre con los deberes hechos, Betty lee en la cama Topaz, el thriller político y de espionaje de Leon Uris, que se desarrolla en el amanecer de la crisis de los misiles de 1962.

Como los disturbios por el asesinato de Martin Luther King, la Guerra Fría toca tangencialmente a este grupo de americanos que vive en su propia aventura en una burbuja. Topaz está presente en la serie para recordarnos, como al pasar, que los desafíos de una época en la que el estilo de vida americano sufría la amenaza de disolución interna a causa de una desigualdad racial mantenida durante demasiado tiempo también se extendían al delicado equilibrio de un mundo dividido en dos bloques: el soviético y el capitalista.

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