¿De qué raza era el perro de los Baskerville?

Ediciones Akal acaba de poner en el mercado una nueva edición de El sabueso de los Baskerville, la novela de Arthur Conan Doyle publicada por entregas en The Strand entre 1901 y 1902.

Con El sabueso de los Baskerville, el autor aceptó el clamor de los lectores, por entonces fans del Sherlock Holmes al que había matado en la novela anterior.  Pero Conan Doyle detestaba a Holmes y a su mente positivista, que lo alejaba de las preocupaciones esotéricas y espiritistas que eran el centro de su vida. Tal vez para vengarse, en esta aventura lo puso frente a un perro sobrenatural, que casi echa por tierra la reputación del detective.

La raza del perro

Lo más fácil de determinar es que el perro de los Baskerville no era un sabueso. ¿A quién se le ocurre que un basset puede saltarle a alguien al cuello con intenciones asesinas? Y no es solo una cuestión de tamaño. Tampoco es imaginable un perro de San Huberto, la variedad más grande y musculosa, guardando en su utilitario corazón pasiones semejantes.

Pasemos a los podencos, que por su instinto cazador podrían entrar en una lista de sospechosos. No olvidemos que a la futura víctima, Henry Baskerville, le han robado un zapato que podría servir para entrenar a un perro de caza sobre su presa. Pero los podencos tienen espíritu de equipo y nunca andan solos cuando levantan la liebre, que deben entregar al cazador sin haberla destrozado o perderían casa y comida. Tampoco era un podenco.

Si de razas españolas hablamos, tal vez el gigantesco alano podría corresponder al identikit del mal llamado sabueso de los Baskerville. Para una mente afiebrada, un alano podría presentarse como un perro del infierno, sobre todo en la noche y si su cuerpo emite un resplandor de fósforo fantasmal. Y además, el alano es un perro de diente, capaz de sujetar con sus fauces un ciervo y hasta un jabalí. Pero en descargo del alano están todas las características de su carácter: serio, obediente, cariñoso. Claro que, si se obsesionara con tu garganta…

Tampoco parece ser un mastín, porque es de pelo muy corto.

Pero, ¿de dónde salió el perro?

En el libro casi no se lo ve: es un protagonista en ausencia hasta las escenas finales. En realidad, este perro es lo más parecido a un rumor o a una calumnia contra la especie canina. No ha dejado huellas en ningún cadáver, nadie lo ha visto, algunos han oído su ladrido. Su existencia sobrenatural se basa en un manuscrito del siglo XVIII, que ha creado una leyenda negra sobre la familia Baskerville. Y en la credulidad de Watson, que parece influir en el todopoderoso intelecto de Holmes.

¿Deberá Sherlock Holmes rendirse ante los poderes oscuros en los que no cree? No, porque el perro salió de alguna parte.  Y para descubrir su raza, lo mejor para nosotros —detectives improvisados como corresponde a un buen lector— es ir al origen del perro. ¿De dónde salió?

Conan Doyle deja muy claro que el perro que inició la leyenda había sido comprado en Londres. Es más, nos cuenta que el vendedor tenía un criadero de perros en Fulham Road y que el que nos ocupa era el más fuerte y el más salvaje del lote de los tratantes Ross y Mangles, conocidos por abastecer de perros a los circos, para sus espectáculos más horrendos.

El criadero de Ross y Mangles nunca existió. Aunque en la era victoriana había muchos tratantes de perros y el que más se acerca a la descripción de Conan Doyle es el de un tal Ben White, famoso por ser el principal proveedor de animales para las peleas de perro de moda en la época.

El criadero de Ben White estaba a tiro de piedra de Fulham Road, en la sección irlandesa del barrio de Kensington y Chelsea. Y a tiro de piedra de Notting Hill, otro barrio londinense citado en la novela, ya que el prófugo Seldon también es conocido como «el asesino de Notting Hill«.

¿Era el sabueso de los Baskerville un perro de pelea?

No exactamente, porque en 1835 el Parlamento votó una ley que prohibía las peleas de perros, justo después de que el circo de George Wombell auspiciara una pelea entre seis perros y un león, que se los fagocitó a todos. Es curioso, pero ese mismo año Ben White entregaba su último suspiro a la Gran Dama Blanca y se iba a vivir al otro mundo.

La viuda le lloró y lloró también porque la nueva ley le aseguraba la ruina. Por lo cual vendió el criadero en un plis plas y a precio de saldo a un tal Bill George, ayudante de Ben White durante los últimos diez años. A Bill George no le conmovían las lágrimas ni mucho menos las leyes: sabía que había que olvidarse de las primeras y adaptarse a las segundas. Su primera decisión fue un claro caso de re-branding: a la modesta barraca donde se amontonaban los perros de pelea le puso el nombre rimbombante de «Castillo canino» (The canine castle) y se dedicó a un sector del mercado en busca de perros de raza.

El criadero de Bill George fue tan famoso en el Londres victoriano que hasta recibió la visita de Charles Dickens y fue objeto de un grabado del artista Georges Cruickshank, publicado en la célebre revista Punch. Un criadero hipster para la época y con solera en los medios literarios.

Pero el principal producto del Castillo canino no eran los perros de compañía. Bill George tardó unos cuantos años en dedicarse a otras cruzas más rentables, pero durante mucho tiempo tuvo que colocar unos perros sin raza, grandes peleadores, en los que su jefe se había especializado. No era fácil: comían mucho y eran bastante impresentables, aunque siempre había alguien que necesitaba un perro guardián con esteroides.

Eran una cruza peligrosísima de alanos y mastines españoles. Y todo parece indicar que el sabueso de los Baskerville era en realidad uno de estos, comprado por sir John Baskerville a Bill George. De ahí a que fuese un perro asesino hay un gran trecho, que Sherlock Holmes nunca estuvo en condiciones de salvar con dignidad.

Para una reivindicación del perro, recomendamos leer El sabueso de los Baskerville con atención y cierto escepticismo con respecto a las conclusiones del famoso detective. Dos libros, de diferente factura y suerte, ya han señalado las fallas lógicas de la más ilógica de las aventuras de Sherlock Holmes. Uno es El curioso incidente del perro a la medianoche, de Mark Haddon, publicado por Salamandra. El otro, El caso del perro de los Baskerville, de Pierre Bayard, publicado por Anagrama.

El perro de los Baskerville tal vez sea, a pesar de todo el positivismo cientificista de Sherlock Holmes, un perro de raza sobrenatural. O quizás habite solo en nuestro inconsciente, lo más parecido a las regiones oscuras de las hadas, las brujas y los muertos.

Buenas lecturas.

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